Jake
Me sentía melancólico o, más bien, más melancólico que de
costumbre. Las calles por las que caminaba lentamente se hacían más oscuras
según iba andando, aunque la luz no variaba de intensidad a mi alrededor. Las
farolas seguían dando su luz, pero yo, según avanzaba, me iba sumergiendo más
en las sombras.
Saqué el cigarrillo que tenía guardado en uno de los
bolsillos del vaquero y lo encendí, disfruté de la primera calada como si fuera
la última que mi pobre y maltratado cuerpo podría soportar, y solté el humo con
tranquilidad, dejando que me envolviera la cara.
En esa noche cálida sentía cómo se acercaba la muerte. Me
sentía como si el esqueleto con capucha y guadaña caminara detrás de mí,
arrastrando sus huesudos pies por el suelo sucio y lleno de cristales de
aquellas callejuelas laberínticas. Quería escapar, pero sabía que era inútil tratar
de huir de aquélla que ya empezaba a ser una constante en mi vida: la amenaza
cercana de la muerte, su aliento casi sórdido en la nuca, que me erizaba la
piel.
Me hubiera gustado correr en cualquier dirección, pero mis
piernas ya no eran las de antaño, así que me conformé con arrastrar los pies al
doblar la esquina por la calle de mi primera casa en la ciudad: la buhardilla
alquilada.
Me paré frente al oscuro portal. Uno de los cristales de la
puerta estaba roto, seguro que por la ira de algún borracho, y los pedazos se
esparcían por la acera bajo mis pies.
Saqué el llavero y comprobé que todavía tenía las llaves de
la buhardilla. Ahí estaban junto a las del trastero de la casa que había
comprado cuando Lori y yo nos casamos.
Había seguido en la buhardilla hasta siete años después de
empezar con los Siete; el sueldo que ganaba en la redacción y el sobresueldo
que conseguía en los Siete me permitieron costearme un piso algo más amplio y
luminoso y algo menos en ruinas. Aún así, años después, entrados los ochenta,
cuando me casé con Lori y nos compramos la casa, se me antojó volver a alquilar
la buhardilla, sólo para mí. Era uno de los míticos y típicos antojos de gente
con dinero. En un sentido literario diría que necesitaba un espacio para mí
mismo; en el fondo era porque necesitaba huir del agobio que muchas veces me
provocaba mi mujer.
Introduje la llave en la cerradura con cuidado como si
pensara que se fuera a romper, y la giré. La empujé, dejando que la penumbra
del interior me empapara poco a poco. El chirrido de la bisagra, por última vez
engrasada hacía años, todavía se extendía por la escalera y retumbaba en las
paredes con la pintura desconchada, seguramente.
La puerta se cerró sola a mis espaldas, con un ruido sordo
y un fuerte golpe que hizo que los cristales temblaran.
Me conocía los escalones de memoria, así que no necesitaba
encender las luces para no tropezar. Conté nueve escalones y giré a la
izquierda y vuelta a empezar hasta llegar al cuarto piso, donde se encontraban
las dos buhardillas.
Suspiré, cansado. En los últimos años mis pulmones,
acostumbrados a la vida relajada y al tabaco, se habían resentido y no podía
subir los cuatro pisos de escalones altos de mi antiguo edificio sin quedar
completamente exhausto.
Busqué la otra llave a tientas y, a tientas también,
recorrí la puerta de madera para encontrar la cerradura. En el mismo momento en
el que giraba la llave y empujaba para que se abriera la puerta, se me pasó por
la cabeza la posibilidad de un inquilino no deseado. Un okupa o algo parecido.
Pero bueno… si alguien aparecía en la oscuridad dispuesto a defender la
buhardilla, no tendría más que irme por donde había venido, dirección a una
casa a la que no quería llegar.
Por suerte, no había nadie, aunque si que es cierto que oí
algún ruido en la cocina, cochambrosa y llena de moho y humedad. Comprobé con
satisfacción que la luz funcionaba, al menos las del pequeño dormitorio.
Hacía años que no iba a la buhardilla y, por un momento,
los recuerdos me asolaron una vez más en la noche.
Allí, parado de pie junto a la puerta abierta del
dormitorio, pude ver claramente a una sonriente Lori, cuarenta o cincuenta años
atrás, sentada en la cama, la primera noche que fuimos al cine…