Jake
La luz del salón-comedor también funcionaba y, al encenderla, me percaté de que todo seguía como lo había dejado la última vez que había ido allí; hacía mucho que no pasaba por la buhardilla. Años.
La luz del salón-comedor también funcionaba y, al encenderla, me percaté de que todo seguía como lo había dejado la última vez que había ido allí; hacía mucho que no pasaba por la buhardilla. Años.
Un plástico lleno de polvo cubría un sofá hundido; la
pantalla de la lámpara de pie descansaba en el suelo junto a ella; las flores
de plástico del jarrón sobre la mesita auxiliar estaban llenas de polvo, al
igual que la mesa, la vieja radio y la estatuilla de porcelana que me regaló la
madre de Lori.
Junto al pequeño ventanal seguía descansando un sillón de
orejas tapizado en una tela de cuadros marrones y ocres, bastante pasada de
moda. Quité el plástico, lanzándolo lejos, apagué la luz y me tiré encima del
sillón, hundiéndome en sus blandos cojines.
Saqué un paquete de cigarrillos a estrena del bolsillo de
la camisa y prendí uno, dejando que la luz del mechero iluminara la habitación
a oscuras.
Siempre me había gustado observar la calle a través de la
ventana del salón, desde el sillón de orejas, a oscuras, mientras me fumaba un
cigarrillo. De hecho, era lo único que hacía cuando huía de mi casa y de Lori.
El cigarrillo se acabó demasiado pronto, así que la única
opción que me quedaba era volver a mi casa, igual de vacía que la buhardilla,
pero más limpia.
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