domingo, 15 de enero de 2012

Capítulo 2 - Tercera parte

Jake

Empezaba el otoño y los Siete apenas llevaban funcionando medio año. Las tardes se hacían anaranjadas cada vez más pronto y el viento empezaba a soplar enfurecido y frío con más frecuencia. Lori cada día estaba más guapa.
Se había dejado el pelo largo y a veces se lo recogía en dos trenzas en las que se prendía flores violetas. Si yo era un muchacho imberbe que se había incorporado hacía poco al mundo, ella era una niña: no alcanzaba los veintiún años.
Recuerdo que llevaba dos semanas pensando en invitarle a ir al cine, o a cenar, o a dar un paseo, pero jamás me decidía. Siempre iba a todos lados con Andrea, así que era un poco difícil encontrar un momento en el que estuviera sola y tampoco se me ocurría ninguna estrategia para encontrarla a solas.
Hasta que un día me la encontré por la calle. Llovía y ella llevaba un paragua verde. Yo volvía de la redacción, cansado y hambriento, y ella iba a ver a su prima al hospital.
-¡Lori! –dije, sorprendido.
Ella me ofreció su paraguas.
-¿A dónde vas?
-A casa… acabo de salir de trabajar.
-¿Tú cuándo te diviertes?
Sonreí tristemente.
-No lo sé… la verdad es que me queda poco tiempo para mí mismo. Y menos para quedar…
-Oh.
-Pero la verdad es que estaría bien salir de casa de vez en cuando… ¿Te apetece que mañana vayamos al cine, o algo?
No le vi la cara porque íbamos andando por la calle, pero he tenido muchos años para imaginarme su sorpresa.
Al día siguiente fuimos a ver una película de zombies que ponían en un cine barato y cutre escondido en una callejuela. Realmente fue ella la que me llevó allí y me propuso ir a ver esa película y quien, también, mejor se lo pasó con la sangre y las vísceras. Al salir le pedí invitarla a cenar y, a falta de dinero o un sitio mejor, le invité a pasta a mi casa.
Me daba algo de vergüenza llevarla a mi buhardilla pero Lori, en cuanto entró, se enamoró de mi pequeña y sucia casa.
-¿Sabes? –recuerdo que dijo una vez terminamos de cenar y se sentó en mi cama-. Siempre he deseado una buhardilla como esta para mí sola. Supongo que siempre se desea lo que no se tiene.
Su imagen, con el pelo recogido en una coleta alta, vistiendo unos pantalones anchos y un jersey de punto (que se habían puesto muy de moda), permaneció en mis retinas todos estos años y vuelve a mí en momentos como éste.

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