Empezaba el otoño y los Siete apenas llevaban funcionando
medio año. Las tardes se hacían anaranjadas cada vez más pronto y el viento
empezaba a soplar enfurecido y frío con más frecuencia. Lori cada día estaba
más guapa.
Se había dejado el pelo largo y a veces se lo recogía en
dos trenzas en las que se prendía flores violetas. Si yo era un muchacho
imberbe que se había incorporado hacía poco al mundo, ella era una niña: no
alcanzaba los veintiún años.
Recuerdo que llevaba dos semanas pensando en invitarle a ir
al cine, o a cenar, o a dar un paseo, pero jamás me decidía. Siempre iba a
todos lados con Andrea, así que era un poco difícil encontrar un momento en el
que estuviera sola y tampoco se me ocurría ninguna estrategia para encontrarla
a solas.
Hasta que un día me la encontré por la calle. Llovía y ella
llevaba un paragua verde. Yo volvía de la redacción, cansado y hambriento, y
ella iba a ver a su prima al hospital.
-¡Lori! –dije, sorprendido.
Ella me ofreció su paraguas.
-¿A dónde vas?
-A casa… acabo de salir de trabajar.
-¿Tú cuándo te diviertes?
Sonreí tristemente.
-No lo sé… la verdad es que me queda poco tiempo para mí
mismo. Y menos para quedar…
-Oh.
-Pero la verdad es que estaría bien salir de casa de vez en
cuando… ¿Te apetece que mañana vayamos al cine, o algo?
No le vi la cara porque íbamos andando por la calle, pero
he tenido muchos años para imaginarme su sorpresa.
Al día siguiente fuimos a ver una película de zombies que
ponían en un cine barato y cutre escondido en una callejuela. Realmente fue
ella la que me llevó allí y me propuso ir a ver esa película y quien, también,
mejor se lo pasó con la sangre y las vísceras. Al salir le pedí invitarla a
cenar y, a falta de dinero o un sitio mejor, le invité a pasta a mi casa.
Me daba algo de vergüenza llevarla a mi buhardilla pero
Lori, en cuanto entró, se enamoró de mi pequeña y sucia casa.
-¿Sabes? –recuerdo que dijo una vez terminamos de cenar y
se sentó en mi cama-. Siempre he deseado una buhardilla como esta para mí sola.
Supongo que siempre se desea lo que no se tiene.
Su imagen, con el pelo recogido en una coleta alta,
vistiendo unos pantalones anchos y un jersey de punto (que se habían puesto muy
de moda), permaneció en mis retinas todos estos años y vuelve a mí en momentos
como éste.
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