Si todavía queda alguien por aquí, habrá notado que no uso los blogs tanto como antes. He preferido pasarme al Livejournal que, aunque ya no está en apogeo, me parece bastante bueno (no es por hacer publicidad). De este modo, he pasado las publicaciones y todo allí, incluída 'Casiopea'.
Así que, si por algún casual os apetece seguir leyéndolo (porque lo iré publicando con tranquilidad) u os apetece ver otras cosas que publico o lo que sea...
Máster post de Casiopea
Mi Livejournal
Casiopea
lunes, 16 de julio de 2012
lunes, 13 de febrero de 2012
Capítulo 2 - Quinta parte
Miles
Era pronto, ni siquiera las agujas del reloj habían llegado
a las diez, y yo ya estaba frente al ordenador. Miraba, con infinita paciencia,
la barra que me indicaba cómo iba el proceso de copia de la grabación del día
anterior. Por alguna extraña razón, no podía evitar volver a escucharlo, aunque
el recuerdo permaneciera vívido en mi cabeza.
Katie apareció, bostezando y con la vieja camiseta como
único pijama, por la puerta del salón.
-¿Ya estás trabajando, Miles? –preguntó, apoyándose en la
mesa, junto a la pantalla del ordenador y acariciándome el pelo despeinado con
ternura.
-Quería escucharlo de nuevo.
-Pero si la entrevista fue ayer…
-Ya, pero… -no sabía muy bien cómo explicarlo-. No sé, es
como si necesitara confirmar que todo lo que escuché decir ayer no lo soñé.
El archivo terminó de descargarse e hice click para que se
abriera.
-“Grissom… ¿puedo hacerle una pregunta?”
Era mi voz. Un silencio, y después, otra vez yo.
Escuché toda la entrevista de nuevo. A veces había pausas,
de cuando Grissom daba una calada, se encendía un cigarrillo o pegaba un trago
a la cerveza. Según pasaban los minutos, el barullo a nuestro alrededor iba
creciendo, pero el relato de Grissom no se inmutaba y se seguía oyendo igual,
como si nos hubiéramos encerrado en una burbuja y el exterior no fuera más que
un murmullo molesto, un bisbiseo ahogado.
Terminó la grabación. Katie hacía tiempo que se había ido a
preparar el desayuno, pero yo me había quedado frente a la pantalla del
ordenador. Ni siquiera me había dado cuenta de que mi estómago rugía por una
tostada y un café.
Nada más la grabación finalizó, me di cuenta de lo difícil
que iba a resultar poner las cosas por escrito; resumir una vida como la de
Jack Grissom en un libro.
Al aceptar el trabajo pensé que sería algo sencillo, rápido
e impersonal por lo que me pagarían una gran cantidad de dinero, a pesar de ser
sólo un negro; Gissom había puesto el precio. Al fin y al cabo, necesitaba
comer y pagar la hipoteca y la boda. Pero ahora, después de escuchar la primera
de muchas grabaciones, me di cuenta de que no iba a ser tan impersonal como
pensaba.
Para escribir el libro sobre Jack Grissom tendría que ser
parte de su piel, parte de su cerebro, parte de su alma.
martes, 24 de enero de 2012
Capítulo 2 - Cuarta parte
Jake
La luz del salón-comedor también funcionaba y, al encenderla, me percaté de que todo seguía como lo había dejado la última vez que había ido allí; hacía mucho que no pasaba por la buhardilla. Años.
La luz del salón-comedor también funcionaba y, al encenderla, me percaté de que todo seguía como lo había dejado la última vez que había ido allí; hacía mucho que no pasaba por la buhardilla. Años.
Un plástico lleno de polvo cubría un sofá hundido; la
pantalla de la lámpara de pie descansaba en el suelo junto a ella; las flores
de plástico del jarrón sobre la mesita auxiliar estaban llenas de polvo, al
igual que la mesa, la vieja radio y la estatuilla de porcelana que me regaló la
madre de Lori.
Junto al pequeño ventanal seguía descansando un sillón de
orejas tapizado en una tela de cuadros marrones y ocres, bastante pasada de
moda. Quité el plástico, lanzándolo lejos, apagué la luz y me tiré encima del
sillón, hundiéndome en sus blandos cojines.
Saqué un paquete de cigarrillos a estrena del bolsillo de
la camisa y prendí uno, dejando que la luz del mechero iluminara la habitación
a oscuras.
Siempre me había gustado observar la calle a través de la
ventana del salón, desde el sillón de orejas, a oscuras, mientras me fumaba un
cigarrillo. De hecho, era lo único que hacía cuando huía de mi casa y de Lori.
El cigarrillo se acabó demasiado pronto, así que la única
opción que me quedaba era volver a mi casa, igual de vacía que la buhardilla,
pero más limpia.
domingo, 15 de enero de 2012
Capítulo 2 - Tercera parte
Jake
Empezaba el otoño y los Siete apenas llevaban funcionando
medio año. Las tardes se hacían anaranjadas cada vez más pronto y el viento
empezaba a soplar enfurecido y frío con más frecuencia. Lori cada día estaba
más guapa.
Se había dejado el pelo largo y a veces se lo recogía en
dos trenzas en las que se prendía flores violetas. Si yo era un muchacho
imberbe que se había incorporado hacía poco al mundo, ella era una niña: no
alcanzaba los veintiún años.
Recuerdo que llevaba dos semanas pensando en invitarle a ir
al cine, o a cenar, o a dar un paseo, pero jamás me decidía. Siempre iba a
todos lados con Andrea, así que era un poco difícil encontrar un momento en el
que estuviera sola y tampoco se me ocurría ninguna estrategia para encontrarla
a solas.
Hasta que un día me la encontré por la calle. Llovía y ella
llevaba un paragua verde. Yo volvía de la redacción, cansado y hambriento, y
ella iba a ver a su prima al hospital.
-¡Lori! –dije, sorprendido.
Ella me ofreció su paraguas.
-¿A dónde vas?
-A casa… acabo de salir de trabajar.
-¿Tú cuándo te diviertes?
Sonreí tristemente.
-No lo sé… la verdad es que me queda poco tiempo para mí
mismo. Y menos para quedar…
-Oh.
-Pero la verdad es que estaría bien salir de casa de vez en
cuando… ¿Te apetece que mañana vayamos al cine, o algo?
No le vi la cara porque íbamos andando por la calle, pero
he tenido muchos años para imaginarme su sorpresa.
Al día siguiente fuimos a ver una película de zombies que
ponían en un cine barato y cutre escondido en una callejuela. Realmente fue
ella la que me llevó allí y me propuso ir a ver esa película y quien, también,
mejor se lo pasó con la sangre y las vísceras. Al salir le pedí invitarla a
cenar y, a falta de dinero o un sitio mejor, le invité a pasta a mi casa.
Me daba algo de vergüenza llevarla a mi buhardilla pero
Lori, en cuanto entró, se enamoró de mi pequeña y sucia casa.
-¿Sabes? –recuerdo que dijo una vez terminamos de cenar y
se sentó en mi cama-. Siempre he deseado una buhardilla como esta para mí sola.
Supongo que siempre se desea lo que no se tiene.
Su imagen, con el pelo recogido en una coleta alta,
vistiendo unos pantalones anchos y un jersey de punto (que se habían puesto muy
de moda), permaneció en mis retinas todos estos años y vuelve a mí en momentos
como éste.
domingo, 1 de enero de 2012
Capítulo 2- Segunda parte
Jake
Me sentía melancólico o, más bien, más melancólico que de
costumbre. Las calles por las que caminaba lentamente se hacían más oscuras
según iba andando, aunque la luz no variaba de intensidad a mi alrededor. Las
farolas seguían dando su luz, pero yo, según avanzaba, me iba sumergiendo más
en las sombras.
Saqué el cigarrillo que tenía guardado en uno de los
bolsillos del vaquero y lo encendí, disfruté de la primera calada como si fuera
la última que mi pobre y maltratado cuerpo podría soportar, y solté el humo con
tranquilidad, dejando que me envolviera la cara.
En esa noche cálida sentía cómo se acercaba la muerte. Me
sentía como si el esqueleto con capucha y guadaña caminara detrás de mí,
arrastrando sus huesudos pies por el suelo sucio y lleno de cristales de
aquellas callejuelas laberínticas. Quería escapar, pero sabía que era inútil tratar
de huir de aquélla que ya empezaba a ser una constante en mi vida: la amenaza
cercana de la muerte, su aliento casi sórdido en la nuca, que me erizaba la
piel.
Me hubiera gustado correr en cualquier dirección, pero mis
piernas ya no eran las de antaño, así que me conformé con arrastrar los pies al
doblar la esquina por la calle de mi primera casa en la ciudad: la buhardilla
alquilada.
Me paré frente al oscuro portal. Uno de los cristales de la
puerta estaba roto, seguro que por la ira de algún borracho, y los pedazos se
esparcían por la acera bajo mis pies.
Saqué el llavero y comprobé que todavía tenía las llaves de
la buhardilla. Ahí estaban junto a las del trastero de la casa que había
comprado cuando Lori y yo nos casamos.
Había seguido en la buhardilla hasta siete años después de
empezar con los Siete; el sueldo que ganaba en la redacción y el sobresueldo
que conseguía en los Siete me permitieron costearme un piso algo más amplio y
luminoso y algo menos en ruinas. Aún así, años después, entrados los ochenta,
cuando me casé con Lori y nos compramos la casa, se me antojó volver a alquilar
la buhardilla, sólo para mí. Era uno de los míticos y típicos antojos de gente
con dinero. En un sentido literario diría que necesitaba un espacio para mí
mismo; en el fondo era porque necesitaba huir del agobio que muchas veces me
provocaba mi mujer.
Introduje la llave en la cerradura con cuidado como si
pensara que se fuera a romper, y la giré. La empujé, dejando que la penumbra
del interior me empapara poco a poco. El chirrido de la bisagra, por última vez
engrasada hacía años, todavía se extendía por la escalera y retumbaba en las
paredes con la pintura desconchada, seguramente.
La puerta se cerró sola a mis espaldas, con un ruido sordo
y un fuerte golpe que hizo que los cristales temblaran.
Me conocía los escalones de memoria, así que no necesitaba
encender las luces para no tropezar. Conté nueve escalones y giré a la
izquierda y vuelta a empezar hasta llegar al cuarto piso, donde se encontraban
las dos buhardillas.
Suspiré, cansado. En los últimos años mis pulmones,
acostumbrados a la vida relajada y al tabaco, se habían resentido y no podía
subir los cuatro pisos de escalones altos de mi antiguo edificio sin quedar
completamente exhausto.
Busqué la otra llave a tientas y, a tientas también,
recorrí la puerta de madera para encontrar la cerradura. En el mismo momento en
el que giraba la llave y empujaba para que se abriera la puerta, se me pasó por
la cabeza la posibilidad de un inquilino no deseado. Un okupa o algo parecido.
Pero bueno… si alguien aparecía en la oscuridad dispuesto a defender la
buhardilla, no tendría más que irme por donde había venido, dirección a una
casa a la que no quería llegar.
Por suerte, no había nadie, aunque si que es cierto que oí
algún ruido en la cocina, cochambrosa y llena de moho y humedad. Comprobé con
satisfacción que la luz funcionaba, al menos las del pequeño dormitorio.
Hacía años que no iba a la buhardilla y, por un momento,
los recuerdos me asolaron una vez más en la noche.
Allí, parado de pie junto a la puerta abierta del
dormitorio, pude ver claramente a una sonriente Lori, cuarenta o cincuenta años
atrás, sentada en la cama, la primera noche que fuimos al cine…
domingo, 25 de diciembre de 2011
Capítulo 2 - Primera parte
Miles
La entrada a la casa estaba completamente a oscuras, como
prácticamente el resto de la casa, a excepción del dormitorio. Encendí la luz
del recibidor y abrí el armario, justo cuando unos pasos se acercaban por el
pasillo de la derecha.
-Miles… -susurró Katie.
Apareció por el pasillo, vestida con una camiseta larga que
había comprado en el mercadillo y que tenía un par de agujeros a la altura del
ombligo. Estaba despeinada y bostezaba lentamente; ya era tarde, así que
seguramente se habría quedado dormida mientras leía en la cama, matando el
tiempo hasta que yo llegara.
-¿Te he despertado? –dije, dulcemente y en voz baja. Me
incliné hacia ella para darle un beso.
-No… -dijo, en un principio-. Bueno, en realidad si. Me
había quedado dormida esperando a ver si te veía antes de que te fueras a la
cama y el ruido de la puerta me ha despertado.
La volví a besar y, cerrando antes la puerta del armario
donde dejé la americana, me encaminé hacia el dormitorio. Poco después, Katie
estaba tumbada encima de la cama, hecha un ovillo, mirando cómo me desnudaba
para meterme entre las sábanas.
-¿Qué tal la entrevista con ese tal Grissom? ¿Es tan
espectacular como lo han pintado siempre?
-Ahora es un viejo decrépito que no estoy seguro de que
tenga la cabeza sobre los hombros, Katie… No hay nada de espectacular en ello.
-Pero es una leyenda…
-Una leyenda que se consume.
Se quedó en silencio.
-¿No te parece triste? –susurró, acomodando la cabeza sobre
la almohada y mirándome a los ojos-. Quiero decir… Grissom fue uno de los
grandes hace algo más de treinta años. Para mí fue todo un ídolo en la
adolescencia; y ahora se consume como las ascuas de una chimenea, sabiendo que
llega el final y sin saber cómo evitarlo…
-Es triste, de hecho –suspiré-. Se agarra desesperadamente
a lo único que tiene, sus memorias, aún sabiendo que no le servirá de nada…
-¿Y qué te ha contado?
-Muchas cosas, Katie.
-¿Algo interesante?
Me replanteé la pregunta seriamente.
-No lo sé…
domingo, 18 de diciembre de 2011
Capítulo 1 - Quinta parte
Jake
Steward dejó el botellín vacío encima de la mesa con un
golpe sordo, mientras yo le daba una calada profunda (la última, de hecho) al
tercer cigarrillo de la noche. Lo apagué contra el cenicero y removí un poco la
ceniza con la colilla, jugueteando a dejar surcos.
El Casiopea se había ido llenando poco a poco, tanto de la
mala gente que lo frecuentaba como de los que no iban tanto ni eran tan mala
gente. Pude observar cómo uno de los ladronzuelos del barrio, un tío apellidado
Cassidy, me miraba con curiosidad. O, más bien, a mi interlocutor. El ambiente
se había caldeado y, con tanta gente chismorreando, el silencio entre Steward y
yo no era tan incómodo; de hecho, el pitido de la grabadora no se oía entre el
barullo.
-¿Qué hizo después? –dijo Steward, mientras anotaba algo en
la libreta; no quise mirar.
-Cogí el tranvía y me fui a casa, a la pequeña buhardilla
que tenía alquilada en este barrio de mala muerte. Había quedado con un amigo
para ir a tomar una cerveza, pero le llamé y cancelé la cita. En vez de eso, me
serví un café y me puse a leer hasta que caí rendido en el sofá. Me desperté a
la mañana siguiente a las ocho de la mañana.
-¿Y después acudió a la cita en el Ministerio?
Aquella pregunta me pareció la más absurda de todas las que
Steward hubo de hacerme durante todo el tiempo que duraron las entrevistas.
-Estoy aquí sentado, ¿no? Creo que es bastante obvio que sí
que acudí a la cita en el Ministerio.
Suspiró y apagó la grabadora.
-Está bien, Jake… creo que es suficiente por hoy. Yo tengo
compromisos en casa.
-¿Está casado?
Negó con la cabeza.
-Comprometido. La boda es en mayo.
-Me alegro. Pero créame: un matrimonio no va a arreglar las
cosas si todo va mal. Al contrario de lo que le habrán hecho creer, el
matrimonio no es la solución a todos los males del mundo.
-Es un hombre desengañado, Jake.
-Soy un hombre viejo. A menudo suelen ir de la mano.
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