La entrada a la casa estaba completamente a oscuras, como
prácticamente el resto de la casa, a excepción del dormitorio. Encendí la luz
del recibidor y abrí el armario, justo cuando unos pasos se acercaban por el
pasillo de la derecha.
-Miles… -susurró Katie.
Apareció por el pasillo, vestida con una camiseta larga que
había comprado en el mercadillo y que tenía un par de agujeros a la altura del
ombligo. Estaba despeinada y bostezaba lentamente; ya era tarde, así que
seguramente se habría quedado dormida mientras leía en la cama, matando el
tiempo hasta que yo llegara.
-¿Te he despertado? –dije, dulcemente y en voz baja. Me
incliné hacia ella para darle un beso.
-No… -dijo, en un principio-. Bueno, en realidad si. Me
había quedado dormida esperando a ver si te veía antes de que te fueras a la
cama y el ruido de la puerta me ha despertado.
La volví a besar y, cerrando antes la puerta del armario
donde dejé la americana, me encaminé hacia el dormitorio. Poco después, Katie
estaba tumbada encima de la cama, hecha un ovillo, mirando cómo me desnudaba
para meterme entre las sábanas.
-¿Qué tal la entrevista con ese tal Grissom? ¿Es tan
espectacular como lo han pintado siempre?
-Ahora es un viejo decrépito que no estoy seguro de que
tenga la cabeza sobre los hombros, Katie… No hay nada de espectacular en ello.
-Pero es una leyenda…
-Una leyenda que se consume.
Se quedó en silencio.
-¿No te parece triste? –susurró, acomodando la cabeza sobre
la almohada y mirándome a los ojos-. Quiero decir… Grissom fue uno de los
grandes hace algo más de treinta años. Para mí fue todo un ídolo en la
adolescencia; y ahora se consume como las ascuas de una chimenea, sabiendo que
llega el final y sin saber cómo evitarlo…
-Es triste, de hecho –suspiré-. Se agarra desesperadamente
a lo único que tiene, sus memorias, aún sabiendo que no le servirá de nada…
-¿Y qué te ha contado?
-Muchas cosas, Katie.
-¿Algo interesante?
Me replanteé la pregunta seriamente.
-No lo sé…
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