Steward dejó el botellín vacío encima de la mesa con un
golpe sordo, mientras yo le daba una calada profunda (la última, de hecho) al
tercer cigarrillo de la noche. Lo apagué contra el cenicero y removí un poco la
ceniza con la colilla, jugueteando a dejar surcos.
El Casiopea se había ido llenando poco a poco, tanto de la
mala gente que lo frecuentaba como de los que no iban tanto ni eran tan mala
gente. Pude observar cómo uno de los ladronzuelos del barrio, un tío apellidado
Cassidy, me miraba con curiosidad. O, más bien, a mi interlocutor. El ambiente
se había caldeado y, con tanta gente chismorreando, el silencio entre Steward y
yo no era tan incómodo; de hecho, el pitido de la grabadora no se oía entre el
barullo.
-¿Qué hizo después? –dijo Steward, mientras anotaba algo en
la libreta; no quise mirar.
-Cogí el tranvía y me fui a casa, a la pequeña buhardilla
que tenía alquilada en este barrio de mala muerte. Había quedado con un amigo
para ir a tomar una cerveza, pero le llamé y cancelé la cita. En vez de eso, me
serví un café y me puse a leer hasta que caí rendido en el sofá. Me desperté a
la mañana siguiente a las ocho de la mañana.
-¿Y después acudió a la cita en el Ministerio?
Aquella pregunta me pareció la más absurda de todas las que
Steward hubo de hacerme durante todo el tiempo que duraron las entrevistas.
-Estoy aquí sentado, ¿no? Creo que es bastante obvio que sí
que acudí a la cita en el Ministerio.
Suspiró y apagó la grabadora.
-Está bien, Jake… creo que es suficiente por hoy. Yo tengo
compromisos en casa.
-¿Está casado?
Negó con la cabeza.
-Comprometido. La boda es en mayo.
-Me alegro. Pero créame: un matrimonio no va a arreglar las
cosas si todo va mal. Al contrario de lo que le habrán hecho creer, el
matrimonio no es la solución a todos los males del mundo.
-Es un hombre desengañado, Jake.
-Soy un hombre viejo. A menudo suelen ir de la mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario